lunes, 24 de mayo de 2010

algo así


loco quién está loco yo no estoy loco yo
no sé que es eso de la locura a lo mejor
no es algo tan loco y ser loco es ser como
los rios o las hormigas o el viento porque
todo eso es muy loco pero a lo mejor no tanto,
no sé, la locura es demasiado rebuscada
demasiado locomotora, maquinaria pesada,
como los ríos o las hormigas o los malabaristas
o la ausencia de algo que tu no sabes qué es, es
algo muy loco, aparatoso, hormigueante, como
los rios, como los ahogados, a lo mejor algo así
es la locura a lo mejor algo así es la locura a lo
mejor algo así es la locura a lo mejor algo así
es la locura a lo mejor algo así es la locura a lo
mejor algo así es la locura a lo mejor algo así es
la locura a lo mejor algo así es la locura a lo mejor
algo así es la locura a lo mejor algo así es la locura
a lo mejor algo así es la locura a lo mejor algo así
es la locura a lo mejor algo así es la locura a lo mejor es algo así.



miércoles, 19 de mayo de 2010

sociologika - hacia una poética de la cantina

LA EBRIEDAD


LA CANTINA COMO UNA FIESTA

-alucinación sociológica-
e · b · e · r · m · h · i

“Nunca olvidaré lo que de violento y maravilloso entraña la voluntad de abrir los ojos, de ver de frente lo que ocurre, lo que es. Y no sabría lo que ocurre si no supiera nada del placer extremo, si no supiera nada del dolor extremo.
(Bataille, El erotismo)

Sostengo que el sociólogo debe conocer la cantina, debe conocer la iglesia, el parque, el teatro, los toquines, los lugares de éxtasis, los lugares de trabajo, de ocio, de elegancia, de embriaguez, de sensualidad, etcétera… debe conocer los diferentes mundos, los diferentes dialectos con los que la sociedad se expresa, y en cada una de esas dinámicas, diferentes y hasta contradictorias entre sí, conocerá cómo es el devenir de su tiempo, lo padecerá. El sociólogo debe cuestionarse sobre lo “bajo” y lo “elevado”; sobre lo “ridículo” y lo “elegante”, debe analizarlas en tanto construcciones sociales.

Cuando hablamos de la cantina hablamos del lugar –en general de carácter marginal- donde se consume la droga social por excelencia en occidente, es decir, el alcohol. Es curioso cómo en culturas orientales, en lugar de cantinas, florecieran los fumaderos de opio, otra droga, considerada extremadamente peligrosa aquí, sin que esto resultara mayor problema allá en oriente, incluso, la novedad llegó a Sinaloa a principios del siglo XX por medio de inmigrantes chinos que abrieron sus fumaderos de opio en el centro de Culiacán y Mazatlán –en esa era previa a la prohibición-, como bien señala Luis Astorga en “El siglo de las drogas”.



Estoy en el rincón de una cantina / oyendo una canción que yo pedí / me están sirviendo orita mi tequila / ya va mi pensamiento rumbo a ti.
(Jose Alfredo Jiménez, Tu recuerdo y yo)

La cantina está para celebrar la victoria, olvidar la derrota, o simplemente para pasar el rato. Las historias que cargan cada uno de sus asistentes llenarían libros enteros.

Ubicadas tanto en el centro de la ciudad como en la periferia, las cantinas viven su propio mundo, con su propia cultura e identidad, en ella se desarrollan historias muy características y sus actores siguen una dinámica a simple vista caótica y festiva, pero que tiene mucha significación.

A veces entran músicos tocando guitarras o tololoche, a veces vendedores ofreciendo botanas, cacahuates, ostiones, frituras, dulce de coco, entran boleadores de zapatos, o alguien con una maquinita de toques. Generalmente entre 2 y 4 de la tarde ofrecen botana. Algunas tacos, otras mariscos, caldos, tostadas o chicharrón. Muchos empleados que viven por la zona aprovechan su horario de comida; incluso camioneros, que dejan a su ayudante de chofer mientras ellos comen y se echan unas cervezas.

Se vive clandestinidad y compañerismo, aunque un conflicto bien puede llevar a la exhibición y a la riña, fácilmente evitables, pues basta que las personas con rencillas personales se sienten en mesas diferentes, y como si nada. Generalmente miran al nuevo –o al visitante- con desconfianza y expectación, hay límites, vagas nociones de territorio, mientras tanto se observa detenidamente al extranjero, lo que suceda hará que la desconfianza continúe, se le de alegre bienvenida o se le sea indiferente; pues a veces, la festividad aún no reina y cada mesa es una burbuja separada, hasta que algo desemboca el estallido y todos celebran en conjunto, ya sea un espectáculo, un comediante, una mujer bailando, alguien cantando en la rockola o un músico que entra. La fiesta se extiende, se rompe el hielo, se conocen nuevos compañeros que juntan sus mesas y se comparten cervezas o el nuevo grupo de amigos sale a otra cantina cercana, o, si ya es noche –las cantinas cierran a las 11pm o a la 1am con excepción de algunas cantinas clandestinas que se mantienen abiertas en secreto- le siguen en una casa. Si mañana trabajan duermen una o dos horas.

La cantina es aprovechada para realizar planes, proyectos; algunos de índole artística y hasta laboral, contactos de ventas o participación en obras de teatro; como si por un momento, convergieran los dos mundos, el relajo y la responsabilidad; como reconociendo la transgresión pero sabiéndola limitada.

El arte en la cantina, robustecido más que nada por la fuerza popular, se vive más cercana, más cara a cara. Grupos de música ranchera, que cobran por canción, a los que muchas veces una sola mesa los acapara. A veces un jazz con tono “de pueblo”, o las famosas de las baladas mexicanas.

En otras cantinas están los viejos 100% rockeros, tocando las famosas de su época, siempre, desde jóvenes, con la misma música, los mismos covers de dos o tres grupos.

Otras son famosas por sus comediantes; titiriteros vulgares, personajes estereotipo (el ranchero, el costero…) o meras burlas locales, vacilándose a los borrachos del lugar, del mesero gay, del barman.

En otras, explotan la sexualidad: teiboleras que bailan entre gritos, entre música exótica.

La entrada de una mujer1 o de un muchacho guapo llama siempre la atención, son comidos por los ojos. A veces se escuchan chiflidos o piropos, algún borracho se acerca, dice algún comentario inentendible, manosea o tira besos; la mujer o el muchacho se hacen los desentendidos –eso es lo que se espera-. En la cantina se admira la belleza, se acaricia a la mesera, se busca algún contacto con la mujer o el muchacho; si se levantan a la rockola son seguidos por dos o tres personas con propuestas indecorosas; de igual forma si el muchacho se levanta al baño, será seguido, mínimo en plan de vouyerismo -con plena consciencia y goce del muchacho observado-.


“En ciertas fiestas desaparece la noción misma de orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las clases, los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos. Se cometen profanaciones rituales, sacrilegios obligatorios. El amor se vuelve promiscuo. A veces la fiesta se convierte en misa negra. Se violan reglamentos, hábitos, costumbres.”
(Octavio Paz, El laberinto de la soledad)

Lejos del riguroso puritanismo, reina el chiste obsceno, sexual, todos se burlan de todos, se cuestiona la sexualidad del prójimo, se sigue el juego, se “jotea”, se juega con la mesera o con el compañero, se ríen de la ebriedad ajena, se celebra la propia. A veces, entre tanta carrilla, alguien sale ofendido, se arma el pleito, generalmente antes de que haya golpes el de la barra ya expulsó al provocador –que se va tambaleando a otra cantina-, y todo se olvida en cinco minutos.

La cantina crea un mundo aparte, festivo y transgresor -a veces hasta lo insoportable-, no tanto por los efectos embriagadores del alcohol, sino por la significación social que carga el lugar; para Bataille, por ejemplo, la fiesta es una manera de violar la “lógica productiva” a la que el humano se condena, en la fiesta reniega de su humanidad, se animaliza, se da su tiempo de exceso, de excepción, la fiesta sirve para salir de la rutina, para escapar de la seriedad.

Ya en la antigüedad, la fiesta y la cantina ha servido como válvula de escape, Dionisio, dios griego del vino, que era el santo patrono de las “bacanales”, fiestas orgiásticas que ponían al placer por encima de la seriedad y la rutina, o las “Saturnalias” fiestas romanas donde se vivía la subversión de todo valor, “donde los sirvientes se transformaban en amos y se hacían servir por sus patrones2 . Incluso en la muy cristiana Edad Media, se celebraba la Fiesta del Asno, donde “uno asiste a la inversión de todos los valores; todo se pone de cabeza. Ni las cosas más sagradas quedan exceptuadas3 , se realizan ceremonias que comúnmente se considerarían “profanas”: se visten a los burros de obispos, se da misa con rebuznos, en vez de incienso, se perfuma el lugar con excrementos4. Se celebra lo prohibido, el derroche, lo que está fuera de la dinámica “ordenada” del “hombre del trabajo”.

Curiosamente son los sujetos quienes son constreñidos están por la rigidez en su horario laboral –los soldados, por ejemplo-, los que se sumergen más en el exceso, en la ebriedad desvanecedora, la lujuria excesiva o el pleito sin motivo. Las cantinas más cercanas a la zona militar son las más peligrosas –las más “bajas”; aunque incluso llegan a ser más caras-, se vive gente armada, tráfico de drogas, prostitución violenta.

Esa rigidez de la vida, esa serie de prohibiciones y horarios que las sociedades se estructuran necesitan su punto de fuga. “esas prohibiciones (determinaron) el movimiento explosivo de la transgresión… la explosión, precedida por la angustia, asumía, más allá de la satisfacción inmediata, un sentido divino”5 , un sentido festivo, milagroso, en tanto “eleva al hombre por encima de la condición a la que él mismo se ha condenado”6 . Mientras la rutina olvida la vida en nombre de la humanidad, la cantina es el desenfreno, el hombre viviendo para sí su rebelión.

En Europa, además del militar, el marinero cargaba con una gran fama dentro de la cantina. En él convergen el tedio del navegante solitario y el anonimato del extranjero en todas partes. Eran las tabernas cercanas a los puertos las más malditas, lugares del tiempo líquido, del tiempo que se desvanece en el presente, tiempo fragmentado lejos de ese otro presente rutinario y cansado de la “normalidad”.

Grandes historias se desarrollaron al respecto, ya Jean Genet, en su obra Querelle de Brest (1947), nos contaba los excesos de los marineros en las cantinas. -Tiempo después, Genet fue muy citado entre los autores posmodernos por su reivindicación de los mundos alternativos, extravagantes, marginales.


“Catapultado al mundo, cada hombre se afana en profanar el paraíso de la existencia”.
(Cioran, Ejercicios Negativos)


Hablar de la cantina es hablar de un ecosistema cultural, de un espacio con sujetos constituyéndose en una serie de placeres, ritos, señas, diálogos, convenciones, emociones y situaciones.

La cantina es lugar para la diversidad; en ella entran rancherotes a poner narcocorridos en la rockola, ella es lugar de encuentro de gays que ponen gloria trevi, de la mesera a la que le gustan las cumbias, de teatreros y maestros que prefieren jose alfredo jiménez, y en el que a veces se mira algún joven poner nirvana o control machete.

Ella sirve para prácticas –y experimentos- de la identidad, para desencantarse de la normalidad y vivir el presente.

Y si bien “el cristianismo elaboró un mundo sagrado del que excluye los aspectos horribles e impuros”6 Los mundos “condenados” florecieron alrededor, creando del “bajo mundo”, la cantina es a veces su encuentro, su expresión, su hábitat, se llena de fauna exótica viviendo toda una dinámica de situaciones con su propia gramática, su propia lengua, sus propios signos.

La cantina es un lugar usado para vivir el mundo prohibido de la sexualidad, de las sustancias psicotrópicas, de la creación artística.

Algunas cantinas se erigen como “lugar de encuentro”, y cada una sigue su propio lenguaje interno, su serie de signos y de símbolos sobreentendidos por las personas que viven esos ambientes.

La sexualidad en la cantina es, en algunos, indistinta, tanto puede excitarles la fichera, la mesera, el travesti, el afeminado o el ranchero.

Sexo entre hombres. Un chico sentado solo –o acompañado, pero generalmente solo- se sienta sin obstáculos en su visión y mira como buscando miradas, busca un contacto visual con un cómplice, una serie de miradas y sonrisas sirven como diálogo, se levanta al baño y el otro chico lo sigue, se intercambian teléfonos o se van directamente al motel. A veces reina el completo anonimato, otras veces nace la relación duradera.


Ciertas cantinas recuerdan a la antigua Grecia en su adoración por el efebo, la búsqueda del encuentro sexual de un viejo con un joven. La dinámica es simple, un viejo manda una cerveza a un joven, la mesera sirve a veces como intermediario, mandando cartitas escritas sobre servilletas, o transfiriendo algún piropo. Si esto no es suficiente y el viejo considera que debe seguir insistiendo, seguirá al joven al baño, le dirá palabras al oído. Si el joven acepta, irá a la mesa del viejo.

Las drogas ilegales también tienen presencia ahí, y siguen también su propio simbolismo. Alguien se para, hace un gesto cualquiera con la nariz, y sus camaradas habituales lo siguen al baño, donde comparten respectivas dosis de cocaína. Los más atrevidos no se paran al baño, se periquean delante de todos con ayuda de una llave o de un billete; nadie vio, reina una licencia donde se permiten ciertos excesos.

Si buscas marihuana puedes preguntarle al cuidacarros o al hotdoguero dónde puedes conseguir. O si buscas perico, elija a cualquier persona al azar; estará dispuesta a conseguir bajo la condición de que le des un poco.

El baño se configura entonces como lugar de búsqueda y complicidad por excelencia, donde se comparte droga –o se hacen negocios con ella-, se busca sexo, se intercambian confidencias, teléfonos, chismes.

La prostitución más evidente se da solo en ciertas cantinas, generalmente las cercanas al cuartel, donde mujeres y travestis –algunos ciertamente andróginos, otros no tanto- esperan en una esquina o se pasean entre las mesas, nunca falta quién les invite un trago. Es prostitución marginal, de las peores, pues toca soportar a borrachos tercos. Prostitución muy característica, también llena de símbolos y gramática propia.


“La prostituta de baja estofa está en el último grado de rebajamiento. Podría no ser menos indiferente a las prohibiciones que el animal, pero, impotente como es para conseguir la perfecta indiferencia, sabe de las prohibiciones que otros los observan; y no solamente está destituida, sino que les es conferida la posibilidad de conocer su degradación. Se sabe humana, incluso sin tener vergüenza, puede ser consciente de que vive como los puercos.” (Bataille, El erotismo)

La prostitución pobre se sabe transgresora, al margen de la ilegalidad, bajo la mirada inquisidora de la moral pública, sin embargo, en la cantina, las personas que la ejercen son celebradas, a base de nalgadas y brindis; son asumidas como un elemento festivo más sobre el cual construir nuestras identidades.

La cantina es, pues, la fiesta prohibida del pueblo, liberándose de tensiones sexuales y laborales, liberándose del “mundo ordenado”, del “mundo humano”. Sobre ella está el estigma, se le sabe marginal, se le sabe “desviada”, donde ocurren excesos condenados por la norma; a la cantina los ojos de lo social la miran acusadoramente como lugar de desgracia. Fernando Vallejo, refiriéndose a una cantina de Medellín, decía “…el Miami nos exhibía con desvergüenza a la pública murmuración. Pasaban las señoras y los buenos ciudadanos, camino de sus compras o al trabajo y echaban furtivas miradas de irresistible curiosidad. De nerviosa curiosidad no fueran a encontrarse allí a un hijo, a un sobrino, a un primo o al marido… por más que querían ver, mirando hacia el interior nada ven; parroquianos sentados a unas mesas tomando cerveza, y una rockola obsesiva desgranando canciones. Es que en el Miami los grandes acontecimientos pasan, pero no se ven. Hervideros de destinos que se deshacen en el aire
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1 La entrada de una mujer es la excepción, los ambientes de la cantina son generalmente mal vistos para las mujeres “Prohibida la entrada a mujeres y uniformados” sentencian muchos letreros a la entrada.
2 Onfray, M, Cinismos
3 Clémencic, R, La fiesta del Asno.
4 Onfray, M, Cinismos

5 Bataille, G, El erotismo.
6 Bataille, G, El erotismo.
7 Vallejo, F, El Fuego Secreto.