lunes, 22 de agosto de 2011

La estatua de sal


"Miro la vida con mortal enojo;
y todo eso me pasa, dueño mío,
porque hace una semana que no cojo."
(Salvador Novo)



Imagen: Retrato de Salvador Novo, de Manuel Rodríguez Lozano.


Aquí les traigo un extracto de las memorias de juventud de Salvador Novo (quien nació en 1904 y murió en 1974).

El libro en cuestión se titula "La estatua de sal", y es una muy pero muy buena autobiografía de los años adolescentes de Novo (o como se le conocía en
el ambiente, El Nalgador Sobo) y un retrato muy interesante de la jotería en el México de los años 20's contada desde adentro.

En pocas palabras, es una joyita. Espero les guste y les caliente tanto como a mí.


***
SALVADOR NOVO - LA ESTATUA DE SAL
( extracto: pags 161-164 )

Mi vida se escindía en tres partes: la casa y la familia, en que cada vez me sentía más extraño, humillado e incómodo; la escuela y los paseos y aventuras a que me arrastraba Ricardo. Solía presentarme con los tipos más inusitados -y gozarse en que me poseyeran casi en su presencia. Así, un primero de año me echó en los brazos cálidos de un joven militar -Octavio Larriba- y cuando le confié que me gustaba mucho Pichón Vallejo -un hermoso muchacho que tocaba atropelladamente el piano en las "asambleas culturales" de la escuela -maniobró Ricardo para que yo lo indujera a acompañarme a visitarlo a su cuarto amueblado de Bucareli -y nos dejó solos. Fue la primera, instintiva vez, que mi boca cumplió gustosa y súbitamente experta una caricia que me llenó de gozo.
Ricardo se marchó a Europa. El presidente De la Huerta era muy amigo de su revolucionaria familia, y le dio una pensión para que se perfeccionara en el piano. Pero su complicidad ya no me era indispensable. Descubierto el mundo de quienes se entendían con una mirada, yo encontraba aquellas miradas con sólo caminar por la calle: la avenida Madero, por la que entonces la gente paseaba lentamente todas las tardes. Allí, en guardia a la puerta de El Globo, estaba siempre, con su bastón, sus polainas, su chaleco de seda, la mirada vaga y alerta de su pince-nez, sus bigotes grises aderezados, el señor Aristi, a quien llamaban la Nalga que Aprieta; por la puerta junto al Globo se subía al despacho del licenciado Solórzano -de quien contaba Ricardo que en su casa cantaba arias de ópera (Ninon, Ninon qu'as-tu fait de la vie), y al que apodaban la Tamales porque hacía sus conquistas invitando a los jovencitos a merendar "unos tamalitos y una cerveza". Por ahí andaba, a caza de clientela o de surtido, la Madre Meza -que nunca se acostaba con la mercancía que procuraba para sus compradores, supervivientes refinados del porfirismo. Abordaba a los muchachos, los inducía a aprender a tocar la guitarra, que se ofrecía a enseñarles gratuitamente -y una vez en su cuarto, tomaba con una cinta métrica la medida de su verga, y les abría las puertas de una circulación perentoria, pero inmediatamente lucrativa, entre sus contados y ricos clientes.
La Madre Meza ocupaba uno de los muchos grandes cuartos habitados en ese edificio por sus congéneres: el padre Tortolero, lleno de casullas y ornamentos de iglesia; Salvador Acosta, que no tenía más que una ancha cama siempre ocupada. Había otros, que yo no conocí, que lo visitaban; no era para acostarme con ellos, sino para que me permitieran, a trueque de cedérselos después, hacerlo con mis propias conquistas. Pero en aquellos "estudios" conocí a casi toda la fauna de la época: al padre Vallejo Macouzet, llamado Sor Demonio, que lucía en el labio la huella de una cuchillada y que era famoso por la clientela de cadetes que le visitaban en su iglesia de Santo Domingo; al padre Garbuno, de Guadalajara, que andaba siempre con Sor Demonio; al Diablo en la Esquina -un señor Martell, famoso porque decía que le había pagado 1000 pesos de oro a un torero por una estocada personal- y al licenciado Marmolejo, feo como un ídolo, que en su bufete sacaba de un cajón del escritorio de cortina la almohada que echaba al suelo para acostarse con los muchachos y eructar sobre ellos; y la Diosa de Agua, anticuario, casado, con hijos grandes y nietos numerosos, pero persuadido de que sus conquistas se enamoraban locamente de él.
Había otro alcahuete: la Golondrina. Su cliente principal, aquel de quien era el atareado y eficaz surtidor de muchachos, era Richard Lancaster Jones. Pálido hasta la transparencia, poseía sin habitarla una casa suntuosa en Puente de Alvarado; pero dormía en el hotel de la avenida Madero en que tenía su ropa y sus numerosas medicinas. Por la tarde, se echaba un buen puño de pesos al bolsillo e iba a instalarse en el cuartucho que la Golondrina tenía por el rumbo de Guerrero o de la Lagunilla. La Golondrina comenzaba su acarreo de desconocidos -a dos pesos cada uno- hasta que se le agotaban al señor Lancaster Jones, simultáneamente, las fuerzas y los pesos previstos para ese día. Habituado al lujo de la mansión que desdeñaba, a la limpia comodidad de su céntrico hotel, un irrefrenable masoquismo debe haber impulsado a aquel solitario a gozar en la sordidez miserable del cuarto de la Golondrina la juventud tonificante de sus víctimas.
Los vasos comunicantes de aquella anónima cofradía me condujeron a otro edificio memorable, hoy derruido, que apodaban El Vaticano. En él vivían muchos otros; pero yo sólo visité el "estudio" ya mencionado de Chucha Cojines y con mayor asiduidad, el apartamento del doctor Enrique Mendoza Albarrán, llamado Suzuki a causa de su rostro miope de japonés.
A la casa del doctor Mendoza nos llevó al mismo tiempo a Xavier y a mí Gustavo Villa -la Virgen de Estambul. Villa era todavía estudiante a la edad (que entonces encontré escandalosamente avanzada) de veinticuatro años. En la Preparatoria se hizo hábilmente amigo nuestro. Y lograda la confidencia, roto el hielo, establecida la complicidad, una tarde nos invitó a acompañarle a una visita. En realidad (nueva y joven Madre Meza o la Golondrina), me llevaba a presentar con el doctor Mendoza, que había oído hablar de el Venadito -y apetecía acostarse con él; y de paso, se apoderaba de Xavier; que le gustaba, y de quien acabó por enamorarse.
Suzuki había descubierto muy tardíamente su vocación sexual: ya maduro, calvo y miope; ya a punto de casarse con una antigua novia provinciana. Pero se daba prisa en compensar su retardo. Su consulta de vías urinarias le proporcionaba vergas seleccionables que si le llegaban enfermas, se encargaba de restituir a un uso que gustoso les daba en éxtasis quejumbroso sobre su ancha cama de madera tallada.
Gustaba de la sociedad, de las reuniones modestas y apacibles. Nos sentaba a su mesa a beber pozuelos de chocolate con bizcochos partidos en dos trozos, vasos de leche, un dulce; y luego se instalaba a pedalear una pianola para nuestro deleite, y nos refería su más reciente aventura, con grandes aspavientos de deleitosa admiración: "Una verga como un cisne".
Imagen: Wim Delvoye

sábado, 20 de agosto de 2011

1, 2, 3 por mí y por mi espectro


Imagen: Robert Flynt

***

"Y hasta un día la muerte, enamorada
de él, lo guardará incorrupto por el tiempo.
Lo merece este cuerpo. Bello. Mío.
"
(J.M. Fonollosa
)

Se esconden los fantasmas
como en un juego pervertido
adentro de nosotros,

un-dos-tres y salen cuando mueres
para vagar como moscas por el mundo maldiciendo.

cuando yo muera,
y si es que muero de forma violenta,
embrujaré las bibliotecas, las cantinas y los pulques,
tatuando con mi olorosa presencia sus paredes

/ el fantasma es un animal descolorido que juega y se emborracha /

el dia que muera, de mí escapará un espectrito
y convertirá al mundo en fiesta desde entonces
entregándose al desmadre como nunca
embriagando a los presentes en mezcal barato de repente.



miércoles, 17 de agosto de 2011

Don Globo

[ Se lo iba a regalar a mi sobrinito
hasta que recordé qué tenía en los pulmones cuando lo inflé
]



Video: MetaNihil - Nomología de una mañana con gripa ( vía )


domingo, 7 de agosto de 2011

Giovanni Papini - El espejo que huye


Un cuento bastante chilo que saqué de "Palabras y sangre", un libro de Papini que conseguí bastante barato en un puesto de viejo. Recuerdo la sorpresa que me dio al verlo: Edición 1936, Impreso en Chile y con las hojas aún pegadas.


***

GIOVANNI PAPINI - EL ESPEJO QUE HUYE
de Palabras y sangre ediciones ercilla, Santiago de Chile 1936

En una desapacible mañana de invierno, en una estación muy conocida, un hombre que no conozco –con gabán, dos violetas en el ojal- quería demostrarme que los hombres son felices, que la vida es grande, que el mundo es bello.
Yo le escuchaba con interés, haciendo caer a cada momento la ceniza de mi cigarrillo que se consumía al viento sin que lo llevase una sola vez a los labios. Le escuchaba y sonreía, y el Hombre que no conozco se acaloraba cada vez más y más: del humor pasaba al sentimentalismo, del entusiasmo al delirio. La fuga de sus palabras rápidas, escurridizas, firmes como acabadas de fundir, como acuñadas de nuevo en aquel lugar, poco a poco me iba produciendo una embriaguez semejante a la del champagne. Algo picante y saltarín –una necesidad de abrazar y de llorar, de bailar, de reír a golpecitos…

Un momento su voz dijo:

-Piense, señor, piense en la grandeza del progreso que se ha realizado ante nuestros ojos –el progreso que lleva a los hombres del pasado al futuro, de lo que ya no existe, a lo que todavía ha de existir, de lo que se recuerda a lo que se espera. Los salvajes no prevén el futuro, no piensan en el porvenir; no prevén y no se preparan. Pero nosotros los hombres civilizados, nosotros los hombres nuevos, vivimos para el futuro y gracias al futuro. Toda nuestra vida se dirige hacia el porvenir, está construida en vista a lo que ha de ocurrir. Nuestros hombres consagran hoy al mañana, siempre, el hoy, el hoy que pasa al mañana que pasará –respetuosa y valerosamente.
“Este enorme progreso del espíritu profético es lo que hace que se desvanezcan los peligros, lo que nos da la fuerza, lo que hace descubrir nuevas posibilidades, lo que nos hace dueños de la tierra, del mar y del cielo y de una cosa que vale más que todo eso, oh, señor-: ¡de nosotros mismos!

Pero en aquel momento un tren expreso llegó a la estación. Su estrépito solemne en el cruce de las vías, su silbido breve, decidido, irritado, interrumpió el discurso del Hombre que no conozco. Cuando el tren se detuvo y no se oyeron más que los sordos resoplidos de la máquina y los viajeros huyeron, el Hombre quería continuar hablando, pero yo se lo impedí:

-Señor Hombre –le dije-, este tren que acaba de llegar, ¿no le ha dicho nada referente a nuestro asunto? ¿No ha oído su contestación? ¿Quiere que yo se lo repita, yo, humilde traductor, puesto que sé traducir la lengua de los trenes y de muchas otras cosas? Hasta hace pocos minutos este tren corría a una velocidad media de ochenta kilómetros por hora –pequeño mundo apresurado e iluminado, a través de la campiña solitaria y brumosa.- Y de aquí que de pronto se ha parado y los habitantes de la pequeña ciudad en fuga han desaparecido y el maquinista se seca la frente con aire poco satisfecho. Las ruedas se han parado tristemente sobre los rieles, y los vagones, vacíos y oscuros, notan la ausencia de las charlas de los viajeros y las abigarradas maletas. Así termina una fuga cuando se viaja sobre ruedas. Pero dejemos el tema y volvamos a los hombres. En este momento estoy pensando una cosa absurda y voy a decírsela a usted, señor Hombre, y se la digo, ya que aquí no hay una multitud que pueda oírme. Si estuviesen aquí todos los que deseo, diría:
“Imaginad, hombres, una cosa imposible, una cosa absurda, loca, increíble y terrible. Imaginad que todo el mundo se parase de golpe, en un determinado instante y que todas las cosas permaneciesen en aquel punto en que estaban, y que todos los hombres se quedasen inmóviles, como estatuas, en la postura en que se hallaban en aquel momento, en aquel acto que se hallaban realizando. Si esto ocurriese y a pesar de todo eso continuase en los hombres el pensamiento y pudiesen recordar y juzgar lo que hicieron y lo que estaban haciendo, y pudiesen considerar todo lo que realizaron desde su nacimiento y volver a pensar sobre lo que querían realizar antes de morir, ¡cuánta desesperación palpitaría bajo el trágico silencio de este mundo detenido repentinamente!
“No sé si vosotros tendréis el valor de comprender todo lo horrible de la situación. Esforzaos por unos momentos en ver a todos esos hombres que se han quedado inmóviles mientras se hallaban atareados en su obra, ensimismados en sus sueños, dominados por sus sucias pasiones, impelidos violentamente por sus deseos. Vedlos esparcidos por el mundo, detenidos por una catástrofe que los ha convertido en fantoches pensantes, en estatuas desesperadas. Vedlos en las más violentas posiciones, en las más ridículas, en las más fatigosas y en las más estúpidas. He aquí al hombre sorprendido en el pesado sueño con la boca entreabierta como un cadáver borracho, he aquí al hombre en el acto del amor, tendido como una bestia anhelosa sobre la mujer de los ojos cerrados; he aquí al hombre que robaba en las tinieblas con sus ojos falsos y la lámpara que ya no se apagará; he aquí al juez vestido de negro que distribuye el infierno y la sangre desde su alto asiento; he aquí al miserable que se arrastra por el fango de la ciudad buscando un hueso y un céntimo; he aquí a la mujer que sonríe lascivamente con el rostro empolvado, un poco inclinado; he aquí al mercader de las manos huesudas que gesticula para tener diez céntimos más; he aquí al campesino afanado aguijoneando los inmóviles bueyes; he aquí al elegante orador que se ha detenido a la mitad de una sonrisa y de un cumplido; y al soldado que estaba con la bayoneta calada delante de una puerta cerrada, y al homicida que estaba preparando sus venenos en una buhardilla, y al obrero soñoliento, inclinado sobre las enormes máquinas untuosas, inmóviles y siniestras, y al hombre de ciencia que o puede apartar el ojo cansado del microscopio en donde han interrumpido su danza los monstruos invisibles.
“Imaginaos ahora, si no os falta el valor, los pensamientos de todos estos hombres condenados en un instante mismo a la conciencia de su muerte. ¿Creéis que habrá un solo hombre –uno solo- que esté alegre y satisfecho de aquel momento en el que el destino lo ha dejado inmóvil? ¿Creéis que para uno solo de estos hombres haya sido éste el momento de Fausto, el momento bello que desearíamos detener, fijar y conservar para toda la eternidad? ¡Seguramente no creéis esto, no podéis creerlo!
“El Señor Hombre –ese que está presente ante mí- ha dicho una grande y tremenda verdad. Los hombres piensan en el futuro, viven para el porvenir, consagran perpetuamente todos sus hoyes y sus mañanas a las mañanas que deben venir. Todo hombre no vive más que por lo que espera. Toda su vida está hecha de manera en que cada instante tiene valor en cuanto sabe que este instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora que vendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, de ideales, de proyectos, de esperas; todo su presente está hecho de pensamientos en torno al futuro. Todo aquello que se, que es en el presente, le parece obscuro, mezquino, insuficiente, inferior, y nos consolamos únicamente pensando que todo este presente no es más que un prefacio, un largo y enojoso prefacio de la bella novela del porvenir. Todos los hombres, lo sepamos o no, vivimos con esta fe. Si en un momento se les dijese que deben morir todos dentro de una hora, todo lo que hacen y han hecho no tendría para ellos ningún gusto, ningún sabor, ningún valor. Sin el espejo del futuro, la realidad actual parecería torpe, vacía, insignificante. Sin el mañana que hace esperar en el desquite, en las victorias, en las ascensiones, en las promociones y en los aumentos, en las conquistas y en los olvidos, los hombres ya no desearían vivir. Sin el lejano perfume del mañana ellos no querrían comer el negro pan de hoy.
“Pensad, pues, en estos hombres detenidos de repente, que ya no pueden obrar, pero que todavía piensan. Pensad en esos hombres aprisionados en un eterno hoy, sin la liberación de la conciencia. ¿Qué deben pensar esos hombres? ¿Qué llaga debe roer sus vísceras, y crispar sus nervios? Inmóviles en sus posturas vergonzosas o delictivas, tristes e idiotas, sin la posibilidad de esperanza, sin luz de sueños, sin dulzura de proyectos, con las alas cortadas, las piernas atadas, las manos encadenadas, como una multitud de prisioneros estrujados en los lazos de su mezquina vida, melancólica y repugnante; en los vínculos de esa vida que ellos soportaban únicamente con la esperanza y la espera de vidas más bellas y más grandes, ellos, esos perpetuos condenados a la inacción, reconocerán con infinita rabia, toda la absurda estupidez de su vida anterior. Ellos pensarán que todo el presente era sacrificado por ellos a un futuro que a su vez se habría convertido en presente y sacrificado a su vez a otro futuro y así hasta el último presente, hasta la muerte. Todo el valor del hoy estaba en el mañana, y el mañana valía únicamente por otra mañana y se llegaba así hasta el último hoy, el hoy definitivo, y de este modo toda la vida había transcurrido para preparar de día en día, de hora en hora, de momento en momento, lo que no viene nunca. Y ellos descubrirían esta tremenda cosa: que el futuro no existe como futuro, que el futuro no es más que una creación y una parte del presente y que el soportar la vida inquieta, la vida triste, la vida doliente, para ese futuro que de día en día huye y se aleja es la más dolorosa tontería de esta tonta vida.
“Hombres, nosotros perdemos la vida por la muerte, nosotros consumimos lo real por lo imaginario, nosotros valoramos los días solamente porque nos conducen a días que no tendrán otro valor que el de llevarnos a otros días semejantes a ellos… Hombres, toda vuestra vida es un atroz engaño que vosotros mismos tramáis en daño vuestro, y únicamente los demonios pueden reír fríamente de vuestra carrera hacia el espíritu que huye.”

Otro tren expreso, gritando y tronando, entró en la estación y una vez más los viajeros huyeron y el maquinista se enjugó la frente con aire poco satisfecho. El Hombre, que no conozco continuaba delante de mí –con gabán, dos violetas en el ojal- a pesar de que yo me había olvidado completamente de él.

“He aquí –le dije- mis ideas sobre el progreso, sobre el porvenir y sobre la vida. Usted no está seguramente de acuerdo conmigo, pero yo estoy de acuerdo con alguien, por ejemplo, con la niebla que intenta cubrir el mundo y esconder el hombre al hombre, la miseria al desprecio, la violencia a la melancolía. Y yo amo muchísimo, señor Hombre, los trenes que se detienen después de inútiles fugas y la niebla que vela lo que no se puede destruir.”

El Hombre que no conozco se había puesto nervioso y todo su entusiasmo había desaparecido como un jirón de humo. En vez de contestarme, se quitó el ojal de sus violetas y me la ofreció. Yo la tomé con una inclinación, la acerqué a mi nariz y su leve olor me gustó.



Imagen: Miguel Brieva

martes, 2 de agosto de 2011

el amor es un estado de conciencia alterado


Imagen: Paul Rumsey - Eyes

el amor es un estado de conciencia alterado
similar a las drogas
. . . . . como en esos viajes que te sientes parte de “algo más”
. . . . .
como esos viajes en los que te fundes con la luna
. . . . . y las estrellas

similar al delirio
. . . . .como esos mesías antiguos
. . . . .que se sometían al hambre
. . . . .y a la soledad
. . . . .y aseguraban llegar al nirvana
. . . . .y decían escuchar la voz de los dioses

el amor es un estado de conciencia alterado
. . . . .tan idéntica a esos chorros de adrenalina
. . . . .con la que el depredador
. . . . .persigue a la presa
. . . . .para darle un bocado


( ( ( el amor es un alucín de la carne, el amor es un alucín de la carne
la vida es un alucín de la carne
la carne es un alucín de los átomos ) ) )

/// yo también naci desnudo
arropado de todos estos átomos
pero me desprenderé de ellos uno por uno
y nacerán nuevos lenguajes en mi carne ///




Video: Franco Narro & Lelevier - Fue un placer




Video: Zaria Abreu en Navachiste, Sinaloa 2011