domingo, 7 de agosto de 2011

Giovanni Papini - El espejo que huye


Un cuento bastante chilo que saqué de "Palabras y sangre", un libro de Papini que conseguí bastante barato en un puesto de viejo. Recuerdo la sorpresa que me dio al verlo: Edición 1936, Impreso en Chile y con las hojas aún pegadas.


***

GIOVANNI PAPINI - EL ESPEJO QUE HUYE
de Palabras y sangre ediciones ercilla, Santiago de Chile 1936

En una desapacible mañana de invierno, en una estación muy conocida, un hombre que no conozco –con gabán, dos violetas en el ojal- quería demostrarme que los hombres son felices, que la vida es grande, que el mundo es bello.
Yo le escuchaba con interés, haciendo caer a cada momento la ceniza de mi cigarrillo que se consumía al viento sin que lo llevase una sola vez a los labios. Le escuchaba y sonreía, y el Hombre que no conozco se acaloraba cada vez más y más: del humor pasaba al sentimentalismo, del entusiasmo al delirio. La fuga de sus palabras rápidas, escurridizas, firmes como acabadas de fundir, como acuñadas de nuevo en aquel lugar, poco a poco me iba produciendo una embriaguez semejante a la del champagne. Algo picante y saltarín –una necesidad de abrazar y de llorar, de bailar, de reír a golpecitos…

Un momento su voz dijo:

-Piense, señor, piense en la grandeza del progreso que se ha realizado ante nuestros ojos –el progreso que lleva a los hombres del pasado al futuro, de lo que ya no existe, a lo que todavía ha de existir, de lo que se recuerda a lo que se espera. Los salvajes no prevén el futuro, no piensan en el porvenir; no prevén y no se preparan. Pero nosotros los hombres civilizados, nosotros los hombres nuevos, vivimos para el futuro y gracias al futuro. Toda nuestra vida se dirige hacia el porvenir, está construida en vista a lo que ha de ocurrir. Nuestros hombres consagran hoy al mañana, siempre, el hoy, el hoy que pasa al mañana que pasará –respetuosa y valerosamente.
“Este enorme progreso del espíritu profético es lo que hace que se desvanezcan los peligros, lo que nos da la fuerza, lo que hace descubrir nuevas posibilidades, lo que nos hace dueños de la tierra, del mar y del cielo y de una cosa que vale más que todo eso, oh, señor-: ¡de nosotros mismos!

Pero en aquel momento un tren expreso llegó a la estación. Su estrépito solemne en el cruce de las vías, su silbido breve, decidido, irritado, interrumpió el discurso del Hombre que no conozco. Cuando el tren se detuvo y no se oyeron más que los sordos resoplidos de la máquina y los viajeros huyeron, el Hombre quería continuar hablando, pero yo se lo impedí:

-Señor Hombre –le dije-, este tren que acaba de llegar, ¿no le ha dicho nada referente a nuestro asunto? ¿No ha oído su contestación? ¿Quiere que yo se lo repita, yo, humilde traductor, puesto que sé traducir la lengua de los trenes y de muchas otras cosas? Hasta hace pocos minutos este tren corría a una velocidad media de ochenta kilómetros por hora –pequeño mundo apresurado e iluminado, a través de la campiña solitaria y brumosa.- Y de aquí que de pronto se ha parado y los habitantes de la pequeña ciudad en fuga han desaparecido y el maquinista se seca la frente con aire poco satisfecho. Las ruedas se han parado tristemente sobre los rieles, y los vagones, vacíos y oscuros, notan la ausencia de las charlas de los viajeros y las abigarradas maletas. Así termina una fuga cuando se viaja sobre ruedas. Pero dejemos el tema y volvamos a los hombres. En este momento estoy pensando una cosa absurda y voy a decírsela a usted, señor Hombre, y se la digo, ya que aquí no hay una multitud que pueda oírme. Si estuviesen aquí todos los que deseo, diría:
“Imaginad, hombres, una cosa imposible, una cosa absurda, loca, increíble y terrible. Imaginad que todo el mundo se parase de golpe, en un determinado instante y que todas las cosas permaneciesen en aquel punto en que estaban, y que todos los hombres se quedasen inmóviles, como estatuas, en la postura en que se hallaban en aquel momento, en aquel acto que se hallaban realizando. Si esto ocurriese y a pesar de todo eso continuase en los hombres el pensamiento y pudiesen recordar y juzgar lo que hicieron y lo que estaban haciendo, y pudiesen considerar todo lo que realizaron desde su nacimiento y volver a pensar sobre lo que querían realizar antes de morir, ¡cuánta desesperación palpitaría bajo el trágico silencio de este mundo detenido repentinamente!
“No sé si vosotros tendréis el valor de comprender todo lo horrible de la situación. Esforzaos por unos momentos en ver a todos esos hombres que se han quedado inmóviles mientras se hallaban atareados en su obra, ensimismados en sus sueños, dominados por sus sucias pasiones, impelidos violentamente por sus deseos. Vedlos esparcidos por el mundo, detenidos por una catástrofe que los ha convertido en fantoches pensantes, en estatuas desesperadas. Vedlos en las más violentas posiciones, en las más ridículas, en las más fatigosas y en las más estúpidas. He aquí al hombre sorprendido en el pesado sueño con la boca entreabierta como un cadáver borracho, he aquí al hombre en el acto del amor, tendido como una bestia anhelosa sobre la mujer de los ojos cerrados; he aquí al hombre que robaba en las tinieblas con sus ojos falsos y la lámpara que ya no se apagará; he aquí al juez vestido de negro que distribuye el infierno y la sangre desde su alto asiento; he aquí al miserable que se arrastra por el fango de la ciudad buscando un hueso y un céntimo; he aquí a la mujer que sonríe lascivamente con el rostro empolvado, un poco inclinado; he aquí al mercader de las manos huesudas que gesticula para tener diez céntimos más; he aquí al campesino afanado aguijoneando los inmóviles bueyes; he aquí al elegante orador que se ha detenido a la mitad de una sonrisa y de un cumplido; y al soldado que estaba con la bayoneta calada delante de una puerta cerrada, y al homicida que estaba preparando sus venenos en una buhardilla, y al obrero soñoliento, inclinado sobre las enormes máquinas untuosas, inmóviles y siniestras, y al hombre de ciencia que o puede apartar el ojo cansado del microscopio en donde han interrumpido su danza los monstruos invisibles.
“Imaginaos ahora, si no os falta el valor, los pensamientos de todos estos hombres condenados en un instante mismo a la conciencia de su muerte. ¿Creéis que habrá un solo hombre –uno solo- que esté alegre y satisfecho de aquel momento en el que el destino lo ha dejado inmóvil? ¿Creéis que para uno solo de estos hombres haya sido éste el momento de Fausto, el momento bello que desearíamos detener, fijar y conservar para toda la eternidad? ¡Seguramente no creéis esto, no podéis creerlo!
“El Señor Hombre –ese que está presente ante mí- ha dicho una grande y tremenda verdad. Los hombres piensan en el futuro, viven para el porvenir, consagran perpetuamente todos sus hoyes y sus mañanas a las mañanas que deben venir. Todo hombre no vive más que por lo que espera. Toda su vida está hecha de manera en que cada instante tiene valor en cuanto sabe que este instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora que vendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, de ideales, de proyectos, de esperas; todo su presente está hecho de pensamientos en torno al futuro. Todo aquello que se, que es en el presente, le parece obscuro, mezquino, insuficiente, inferior, y nos consolamos únicamente pensando que todo este presente no es más que un prefacio, un largo y enojoso prefacio de la bella novela del porvenir. Todos los hombres, lo sepamos o no, vivimos con esta fe. Si en un momento se les dijese que deben morir todos dentro de una hora, todo lo que hacen y han hecho no tendría para ellos ningún gusto, ningún sabor, ningún valor. Sin el espejo del futuro, la realidad actual parecería torpe, vacía, insignificante. Sin el mañana que hace esperar en el desquite, en las victorias, en las ascensiones, en las promociones y en los aumentos, en las conquistas y en los olvidos, los hombres ya no desearían vivir. Sin el lejano perfume del mañana ellos no querrían comer el negro pan de hoy.
“Pensad, pues, en estos hombres detenidos de repente, que ya no pueden obrar, pero que todavía piensan. Pensad en esos hombres aprisionados en un eterno hoy, sin la liberación de la conciencia. ¿Qué deben pensar esos hombres? ¿Qué llaga debe roer sus vísceras, y crispar sus nervios? Inmóviles en sus posturas vergonzosas o delictivas, tristes e idiotas, sin la posibilidad de esperanza, sin luz de sueños, sin dulzura de proyectos, con las alas cortadas, las piernas atadas, las manos encadenadas, como una multitud de prisioneros estrujados en los lazos de su mezquina vida, melancólica y repugnante; en los vínculos de esa vida que ellos soportaban únicamente con la esperanza y la espera de vidas más bellas y más grandes, ellos, esos perpetuos condenados a la inacción, reconocerán con infinita rabia, toda la absurda estupidez de su vida anterior. Ellos pensarán que todo el presente era sacrificado por ellos a un futuro que a su vez se habría convertido en presente y sacrificado a su vez a otro futuro y así hasta el último presente, hasta la muerte. Todo el valor del hoy estaba en el mañana, y el mañana valía únicamente por otra mañana y se llegaba así hasta el último hoy, el hoy definitivo, y de este modo toda la vida había transcurrido para preparar de día en día, de hora en hora, de momento en momento, lo que no viene nunca. Y ellos descubrirían esta tremenda cosa: que el futuro no existe como futuro, que el futuro no es más que una creación y una parte del presente y que el soportar la vida inquieta, la vida triste, la vida doliente, para ese futuro que de día en día huye y se aleja es la más dolorosa tontería de esta tonta vida.
“Hombres, nosotros perdemos la vida por la muerte, nosotros consumimos lo real por lo imaginario, nosotros valoramos los días solamente porque nos conducen a días que no tendrán otro valor que el de llevarnos a otros días semejantes a ellos… Hombres, toda vuestra vida es un atroz engaño que vosotros mismos tramáis en daño vuestro, y únicamente los demonios pueden reír fríamente de vuestra carrera hacia el espíritu que huye.”

Otro tren expreso, gritando y tronando, entró en la estación y una vez más los viajeros huyeron y el maquinista se enjugó la frente con aire poco satisfecho. El Hombre, que no conozco continuaba delante de mí –con gabán, dos violetas en el ojal- a pesar de que yo me había olvidado completamente de él.

“He aquí –le dije- mis ideas sobre el progreso, sobre el porvenir y sobre la vida. Usted no está seguramente de acuerdo conmigo, pero yo estoy de acuerdo con alguien, por ejemplo, con la niebla que intenta cubrir el mundo y esconder el hombre al hombre, la miseria al desprecio, la violencia a la melancolía. Y yo amo muchísimo, señor Hombre, los trenes que se detienen después de inútiles fugas y la niebla que vela lo que no se puede destruir.”

El Hombre que no conozco se había puesto nervioso y todo su entusiasmo había desaparecido como un jirón de humo. En vez de contestarme, se quitó el ojal de sus violetas y me la ofreció. Yo la tomé con una inclinación, la acerqué a mi nariz y su leve olor me gustó.



Imagen: Miguel Brieva

6 comentarios:

  1. Carlos Augusto Pereyra Martínez8.8.11

    cÓMO CUESTIONA, este cuento de Papini, y su alegato de que la construcción del futuro, y la felicidad, son un mito. Como cajas chinas encerramos la felicidad en mañanas, que cada día deben ser remontados, sin alcanzar la dicha, la gloria...Papini debió leer la mítica griega, en este caso, a Sísifo, tratando de poner la piedra en la cresta de la montaña, sin conseguirlo, nuunca. Un abrazofuerte. Carlos

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  2. ¡Grande Papini!, leí el Gog, tendré que buscar más.

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  3. Saludos a ambos!, es de los textos de Papini que más me ha gustado, me impresionó mucho su escritura, sobre todo en este libro.

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  4. Anónimo25.9.11

    simon ya entendi mas el sentimiento absurdo del que abla camus y me recuerda a una pelicula que se llama the sunset limited con y escrita por tommy lee jones.

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  5. Papini, uno de los grandes; jamas le dieron el nobel, no le hace falta, que se lo queden los mediocres como Heminguey y otros mas. la maxima cartesiana "Pienso,luego existo" ya no tiene vigencia. Leyendo a los grandes, Aristrofanes, Dante, Erasmo, Dostoievski, Sartre, Ionesco, Hamsun, Papini...humildemente sabemos que existimos,porque ellos nos iluminan.

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  6. Anónimo16.5.13

    Mis queridos jovenazos, este maestro, Papini, maneja hasta el tiempo como si fuera dia de campo , un abrazo la banda ¡¡

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