“Un lujo auténtico exige el desprecio acabado de las riquezas, la sombría indiferencia de quien rechaza el trabajo y hace de su vida, por un lado, un esplendor infinitamente ruinoso, y, por otro lado, un insulto silencioso a la mentira laboriosa de los ricos.” (Georges Bataille, La parte maldita)
Comenzamos con una plática un tanto patética sobre las mujeres. A todo esto tengo que aclarar que Miguel es un tipo que dice tomar al catolicismo muy en serio, pero mezclado con una especie de enfermedad esquizoide que no me siento capaz de describir. A él le gustan las mujeres, o eso dice, y me platica de ciertos encuentros de palabras que sostuvo con algunas que él considera “guapas”. Las mujeres, decía, deben llegar puras al matrimonio. Me confiesa que su problema ha sido encontrar a una mujer verdaderamente católica, lo que sea que eso signifique. Entonces lo dejé de escuchar por unos cuantos segundos mientras me debatía internamente “¿Será posible encontrar a alguien así?”, concluí que sí, que en el mundo hay de todo y que para ser feliz sólo hay que buscarle. Cuando le volví a poner atención a su plática ya estaba hablando de los extraterrestres. Me decía que había nosecuántas razas que habitaban nosecuántas federaciones galácticas. Además, había también unos espejos –nueve, creo recordar,- que cierta raza alienígena había construido en ciertas regiones de nuestro planeta, según esto para ayudarnos a “evolucionar” habilidades especiales.
Me platicó de eso; cada región del planeta tenía alguna habilidad en específico, en Alemania, por ejemplo, había un espejo que los hacía ser más religiosos –pensé en Nietzsche, en Marx, en Heidegger, pero me callé la boca, no quería interrumpir su flujo de pensamiento-, en Latinoamérica había uno que nos hacía más habilidosos en lo sobrenatural… en la telequinesis, por ejemplo. Me dijo que él tenía esa habilidad, , pero con ciertas personas: “Sé cuando mi mamá me está buscando, y entonces le marco al celular, y la sorprendo.” Me siguió mencionando otros espejos en otras regiones que hacían desarrollar nosequé habilidades en la gente, pero para entonces yo ya estaba seco y no le presté mucha atención. Pedí otra cerveza, y cuando la mesera me la trajo el compa me decía que los estadounidenses tenían un enorme espejo que les ayudaba a desarrollar todas las habilidades posibles a la vez. “Esto suena muy hollywoodesco…”, pensé, y recordé que alguna vez él me dijo que estaba tomando medicamentos fuertes… algo de la cabeza, disque para volverlo “normal”.
Era una plática interesante, sin duda, aderezada por el ambiente cantinesco y música de Ramón Ayala de fondo.
Le pregunto cómo son esos espejos. “Pues… - y hace una pausa larga como sorprendido de que alguien haga una pregunta tan evidentemente obvia.- “Pues como espejos”. – terminó diciendo, como si fuese algo que debería de haber quedado claro desde el principio.
Lo que sí me describió fueron a algunos de los alienígenas. “Esta raza tiene forma de hongo”, “estos miden un metro veinte”, “estos habitan 12 planetas”, y yo alucinaba con solo escucharlo hablar de ellos tan familiar y seriamente.
Y entonces me dice “He leído muchos de sus libros.” Y se pone a platicarme sobre ello. Tardo en comprender que lo que realmente me quería decir es que él había leído libros, pero no sobre ellos, sino escritos por ellos. Los alienígenas eran los autores de esos libros, no los protagonistas. Entonces se acerca la mesera y él le pide otro refresco de toronja. Mientras tanto yo fui al baño, y allí recordé su punto débil. Justo al sentarme en mi lugar lo miré y le dije: “Y… ¿qué religión tienen estos personajes?”. Él me respondió, con una gran sonrisa que delataba sorpresa y a la vez admiración: “Buena pregunta… sabes, ellos mandaron a Jesús aquí a la tierra, y lo mismo hicieron en cada planeta: cada raza tuvo su propio mesías, mandado por ellos.”. “Ah…” y le dije… “¿Eso quiere decir que el cristianismo no está completo?... ¿como si fuera un trozo pequeño, parte de una gran obra cósmica... entre muchas otras?” Sonrió. “Algo así” dijo entre dientes. Le pregunté sobre la ‘otra vida’, me miró a los ojos titubeante y dijo “el infierno es cuando uno es condenado a nacer en un planeta subdesarrollado”. Y sostuvo que, en base a las enseñanzas alienígenas, el cielo no existe, pero uno avanza hacia una vida mejor, quiénsabedónde, con el objetivo de mejorar su ‘experiencia cósmica’. O algo así le entendí; el caso es que le dije “Toda esa idea de volver a nacer para autocompletarse, en base a lo que fuiste y lo que te falta por aprender… pues… suena muy budista.”. No recuerdo bien su respuesta, porque en ese momento veo entrar por la puerta al Rino, el gran rinoceronte metalero, el greñudoloco de la banda grindera. Le grito eufórico. Me mira y viene hacia nuestra mesa. “¡Compa Eber!”, me saluda al verme. Le presento al vato maniaco y empezamos a platicar. Venía de fumar cristal con dos morras lesbianas, o eso dijo él. Pidió una cerveza y yo otra. Me dio un abrazo, y le empezó a platicar al vato maniaco la vez que lo acompañé al velorio de su madre. “Estaba muy loco yo, no podía conmigo, ese día me metí de todo antes de enterarme de su muerte.” En efecto, el pobre pasa los años drogado. En ese momento me entró la sensación de estar entre dos grandes personajes que nunca creí ver reunidos en un mismo sitio. Dos personas interesantes en un sentido chingón, cada quién su trip. “Bueno”, dijo el Rino, “voy por un pericazo”, y salió súbitamente. El vato maniaco volvió con sus extraterrestres, y de paso metió a los illuminati, quienes mantenían una conspiración mundial para quiénsabequémadres. Sea como sea, todo su discurso sonaba disparatadamente coherente entre sí y eso es de admirarse.
Al regresar el Rino le comienza a platicar al vato maniaco la vez que tenía 40 mil pesos en los bolsillos, herencia de su hermana fallecida, “Llegué con un compa y le dije ‘órale aquí tenemos 40 mil bolas’, y nos fuimos con unas putas. A mi me excitan los pies, tengo una fascinación por los pies. ¡Cómo me divertí esa noche!, teníamos montañas de perico”, y hacía el ademán de sumergir su cara en una de esas montañas nevadas. El vato sólo alcanzó a decir un tímido “¡Ah!”. Entonces nos metimos al área de fumar, separada por una pequeña puerta de vidrio. El vato maniaco estuvo un rato más, pero se fue, no creo que estuviera cómodo con la presencia del legendario Rino, quien me hablaba de la vez que se metió peyote. “Una hora después no supe de mí, a los tres días desperté en mi casa, bañado en sangre.” Yo lo miré con cara de sorpresa, “Al parecer maté a patadas a una señora”, me dijo calladamente, haciendo gestos de violencia y tristeza. “Llegué a mi casa y me oriné en los pantalones. Mis padres me metieron a la ducha” Entonces se interpuso un pequeño silencio. “Ahí en la casa guardo mis tenis manchados en rojo”. Yo le ofrecí un cigarro y le conté la vez que fumé hojas secas de salvia divinorum: “Puse música y de pronto la música era un árbol de luz al que le crecían las ramas según el ritmo. Lo veía de frente, pero sentía como si yo viajara en la cima. Duró unos 5 minutos.” Entonces algo mencionó acerca de María Sabina, no recuerdo qué, pero al parecer él creía que seguía viva, yo no le corregí su error.
Alrededor de nosotros, vatos fumando tabaco y tomando cervezas, otros jugando billar muy animadamente, y una pareja cantando en el karaoke muy pero muy mal. “Ahorita voy a ir al Agujero Negro, ¿quieres ir?”, me dijo el Rino. El Agujero Negro es una casa, lugar de reunión de los vatos malandros más roñosos. “Vamos”, le dije, “pero saludo a los compas y me voy, que ya ando cansado”. Camino hacia allá prendí un churro de mota y me fui fumando por las calles. En una de esas pasamos al lado de una taquería repleta de policías que comían como puercos y ni caso nos hicieron: Quizá hasta ellos saben que los tacos importan más que un crimen sin víctimas.
Bucanadas de humo por todas partes y una hermosa noche estrellada. Al llegar, saludé a los plebes y me despedí del Rino, quién me arrebató el churro delicadamente: “Para los compas”, me dijo, y se fue con ellos. Entonces yo agarré camino hacia mi casa.
Ahì en esos bares y cantinas, està la literatura, con personajes que tienen què decir. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarLa cantina, el arrabal, la fiesta popular, no hay lugares más auténticos donde se manifieste el éxtasis de lo humano.
ResponderEliminaruala, todo esto es real? eres de méxico no? de que ciudad?
ResponderEliminarSí. En Sinaloa, tierra norteña :)
EliminarCuando mire unos zapatos rojos recordare esto...
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