Les dejo un texto bastante bueno de un libro que me prestaron hace varios años y que aún no he regresado, pero no me reclamen, que la tardanza es mutua.
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EL MATAMOSCAS
Hugo Hiriart
(Del cuento “Cosas”, en “Disertación sobre las telarañas”)
El matamoscas
A. Aspectos estéticos. Lo imagino así: de
plástico amarillo, reposado en la oscuridad, cerca de los vasos de mermelada y
de la colgante pierna de jamón. No ha nacido aún el Cezanne del matamoscas,
pero ya llegará porque ese artefacto, más que la prolongación del brazo y la
mano abierta, es una refinada escultura aerodinámica y flexible, un elegante ready made con cabeza de clavícula fina
y cuerpo de fusta. El matamoscas pertenece al orden estético que incluye a la
paleta, la sartén y la raqueta, sólo que puede tener colores más vivos y
suntuosos que la paleta de caramelo, ser tan útil y vigoroso como la sartén y
su trama constituye un encaje más fino que el de la raqueta. Por otra parte, ya
se trabaja en la fabricación del matamoscas con sabor de caramelo italiano,
dotada de cualidades de traste refractario y con encordado stradivari de tripa
de gato que, en cierta medida, reunirá en un solo producto las ventajas de los
cuatro útiles. Algunos estetas y decoradores lo recomiendan calurosamente en
calidad de objeto de ornato y aconsejan sea dejado por falsa casualidad sobre
el negro piano de cola o confundido entre las begonias del florero o, sobre
todo, gentilmente dormido en el suelo de la pecera. Los antiguos matamoscas de
alambre retorcido y de red son preciadas piezas de coleccionista. No es la hora
de hablar de sus usos cada vez más frecuentes en la peluquería y el ballet (el
interesado puede consultar la antología El
pastel y el matamoscas). Pero al fin de cuentas todo esto se degrada al uso
y comercio del matamoscas, nosotros pensemos que ante todo un matamoscas es un
matamoscas es un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas…
B. Aspectos deportivos. Instrucciones:
tómese el matamoscas por el mango, adóptese una actitud digna, marcial, elévese
la mosca e iníciese la partida. Tiene usted dos saques, no golpee muy
violentamente en el primero (en general ha de cuidarse la dulzura del golpe;
recuerde que si destroza la mosca tendrá un tanto en su contra). Es siempre
preferible recurrir al drop shot (o
dejadita) y al globo que al smash
iracundo por los riesgos antes señalados de aplastamiento de proyectil (consejo
que desoyó el tenista apátrida Molina, conocido como el emperador del smash, que perdió todos los tantos de
una partida por desaparición de mosca). Los jueces han de situarse
perpendicularmente a la telaraña. No debe olvidarse que la esencia del juego es
una cierta gracia o delicadeza y no ha de asestarse jamás el revés como si se
tuviera en la mano una escafandra. Es particularmente necesario tener presente
esto último en el juego más elegante: el juego con la mosca viva y las raquetas
de seda con alma de aluminio. Donde quiera que esté la mosca hay un Wimbledon
en potencia, esmerémonos
C. Aspectos morales. En el prólogo al libro
La caza del mosco y la mosca del
Conde de Yebes, José Ortega y Gasset habla de la ética de la persecución de la
“filosófica mosca revoloteante” (no dice nada del ponzoñoso mosco filosófico,
del que podrían disertar E. Uranga y E. Villanueva, cuya picadura es narcótica
de la razón). Entre los principios idealistas de Ortega figura que la “mosca ha
de captarse y someterse en el aire” y que “sólo el positivismo y materialismo
más groseros dan su consentimiento que se la aplaste contra el muro, el vidrio,
el cuadro de Velázquez o la mano de la amada”. Menos anticuado y más científico
que Ortega y el Conde de Yebes fue aquel lituano Lubezki a quien debemos la
invención de ciento treinta y ocho matamoscas con formas y astucias diferentes
(el más complicado de ellos estaba compuesto de más de tres mil piezas y el más
curioso practicaba el exterminio de la mosca por la vía del amedrentamiento
sistemático y el susto). Ya en las solitarias e interminables horas del
manicomio Lubeski perfeccionó su técnica hasta llegar a refinamientos notables:
su depurado procedimiento consistió en acabar con la mosca con un solo
movimiento del dedo meñique. Esta exquisita ejecución la logró observando
científicamente el despegue de la mosca: el animal se eleva siempre un poco
sesgado y tanto el ángulo de despegue como el giro maniático pueden
determinarse con gran precisión y preverse de suerte que la bestia se pueda
estrellar de cara contra el alzado dedo meñique; será suficiente un
insignificante movimiento del dedo para que la mosca ruede doblegada. A mayor
pureza venatoria no se puede aspirar con fundamento. La celda de demente de
Lubezki es hoy museo y en ella puede verse un matamoscas de plástico amarillo
que el inventor conservó, entre sus fotos de familia, hasta el fin de sus días.
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Imagen: Artefacto de Nicanor Parra
Jajajajaa, no pude evitar recordar la caricatura de la mosca :$
ResponderEliminarJajajajajajajaaa, a huevo, siempre que podía la miraba :3
ResponderEliminarEse matamoscas,es la metàfora del hitler aplastando en sus especies de progroms, a judios, invertidos, comunistas y putas... matamoscas...peor que un tanque de guerra de esos de cremallera. Un abrazo. Carlos
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