jueves, 30 de junio de 2011

Nuestro infierno de locos

Foto: Una cantina de Culiacán, Sinaloa, México.

"Algunos toman por sed
otros por olvidar las deudas
y yo por ver lagartijas

y sapos en las estrellas."

( Nicanor Parra )


A mí me gustan estas cantinas, las de por aquí, estas cantinas que esán por el cuartel militar, donde abundan los tipos que te saludan enseñándote su identificación del ejército, pobrecillos, creen que eso les da prestigio. Ellos, los muy machos, de esos que te diviertes observando porque, aceptémoslo, gozas cuando luego de manosear a una fichera te sonríen a lo lejos mirándote a los ojos y te mandan una servilleta con un corazón dibujado en medio del culo de humedad de una botella. Esos pinches soldados rasos que mantienen un cuerpazo al ser sometidos por la patria, que madrugan para hacerle diariamente mil abdominales al trapo tricolor de la bandera.

Si quieres, puedes aceptarles la cerveza que te invitan, tu bien sabes que es dinero malhabido pues son de esos compas que sacan una buena feria en los cateos y en los retenes.

Ese de ahí es esos soldados caradeperro que vienen quién-sabe-de-dónde y que siempre tiemblan cuando ven una lujosa camioneta manejada por buchones narcojuniors pero que –tienen que hacerlo- aceptan con cara de cagados la mordida que les ofrecen. Pero en fin, eso les da igual, es parte de su diaria sumisión a la rutina y si quieren sentirse poderosos simplemente se dan una vuelta por esas zonas en las que -bien las conocen ellos- se suele consumir droga al aire libre (pero donde van los pobres, eso sí), y, luego de humillar a un despistado, le roban su dinero y su dosis para luego ofrecerla a sus ligues fugaces en el baño de El Caimán.

Si, estas cantinas, las de por el cuartel, siento yo que son las más pintorescas de la ciudad. Es que por acá hay todo un ambiente, es toda una zona; está el cuartel, la calle de los músicos y, más allá, los focos rojos que anuncian sacudidas a buen precio. Es todo tan festivo. Pero festivo en un plan pintoresco, en un plan de pueblo.

Pero bueno, yo a El Caimán simplemente vengo a ver qué encuentro, pues el día es un proceso creativo y a veces uno juega a dejarse llevar a ver en dónde acaba. La verdad es que aquí la cerveza es un asco y además está inexplicablemente más cara de lo habitual. Me alegra nunca haber pagado por un trago, las veces que he venido ya he entrado muy ahogado y sin mucho dinero. Las primeras veces que vine fue con el compa Rino, el monstruoso metalero que siempre sobresale en tamaño y apariencia. Grande, gordo, greñudo, con muchos tatuajes satánicos y cara de maltrip. El caso es que él tenía esa misteriosa habilidad que sólo tienen los malviajados de conseguir cosas sin proponérselo y sin necesidad de dar algo a cambio. Rápidamente y sin darse cuenta comienza a platicar con desconocidos que le invitan de sus cervezas y le regalan varios pericazos. Siempre le pasa, no se cómo, pero de la nada y en medio de la plática unos tipos nos dicen: “compas, aquí está nuestra cubeta con chelas y orita mandamos pedir de la blanquita, cuando quieran, con confianza”. Así que las primeras veces tuvimos tragos gratis y el Rinito mantuvo su nariz empolvada. Creo que los compas eran músicos rancheros de esos que se ponen en la calle de aquí cerca; sí, creo que sí, porque uno reparaba instrumentos y un día le llevé mi saxofón a que le arreglara unas cosillas. Sí, porque has de saber que por aquél tiempo yo tocaba el saxofón.

Y es que por aquí alrededor hay muchas agrupaciones musicales que se ponen en la calle a esperar a que alguien las contrate. De vez en cuando se echan la vuelta a una cantina a refrescarse la garganta y de paso a pedir algunas monedas por alguna canción. Se sientan cerca de la puerta a platicar y cantar con la raza mientras tocan el acordeón. Les resulta muy bien eso, así les invitan varias chelas y hacen algunos buenos amigos. La verdad es que los músicos son amistosos. Cabrones pero amistosos. ¿Qué por qué cabrones? No sé. Será que no me cae bien su eterno papel de machos sombrerudos. Pero la verdad es que no es que sea un estereotipo, es que como son músicos norteños se supone que se deben caracterizar así. Y ni modo.

Ya más noche de pronto le caen los viejos ahogados, los que se tambalean o de los que caen de repente fulminados en una mesa. Los que de plano ya murieron. La neta no sé por qué la gente que se pone así sigue tomando. Porque en la noche vas al baño y ya está la vomitadera, la verdad es sorprendente. Se ponen mal no tiene sentido que beban ya. Y peor, luego hasta te piden que les des de tu botella, o que les invites una. En algunos lugares los sacan a patadas, pero aquí no y cuando ya no pueden con su alma quedan tirados por ahí. Son como adornos.

Y es que por aquí hay cada personaje. También están esos que te quieren ligar. Como ese guacho de ahí, el que te decía antes. Esos empiezan mirándote de lejos, mandando servilletas arrugadas, esperando que los mires de regreso. Lástima por ellos, la verdad es que a mí no me gustan los soldados, y si alguna vez me he tomado una de esas cervezas que me invitan –realmente sólo lo he hecho una vez-, sería porque ya tenían muy en claro mi negativa y ya me la mandaban como diciendo “no hay problema amigo” o como si fueran las últimas patadas de un ahogado que ya veía próxima su muerte.

Lo único hermoso que hay por aquí –bueno, aparte de ti- es esa mesera. Esa que está enfrente. Me gusta mirarla, se mira preciosa. Únicamente cuando entré al baño y la vi orinando de pié caí en cuenta que era un hombre. Sin todo ese maquillaje debe de ser un muchacho muy hermoso (no sé, pero los travestis que conozco se miran siempre mil veces más hermosos como hombres). A veces, cuando vengo por aquí, me pongo a observarla y me pregunto cómo debió de ser esa ruptura que vivió la sociedad macha bigotona y sombreruda cuando miró en él la renuncia indiscutible a su masculinidad -la renuncia a ese pretendido “don divino”-. Entonces me pregunto cómo su entorno culturalmente machista y rancherote habrá vivido ese sacarse-de-onda. De seguro debió de ser algo enorme.

Probablemente la cantina fue el único espacio permitido para esta “especie”, ya que aquí fue donde se les recluyó, en estos los lugares decadentes por excelencia. Aquí entre todos nosotros, los ya de por sí no-humanos.

Y el hecho de que ella fuera hermosa era como meter sal en la llaga de los prejuicios.

Una vez se lo dije. Me la encontré en otra cantina una noche. Ella iba de salida mientras yo llegaba, completamente sobrio. Le dije: “eres hermosa”, y ella, con un bellísimo acento, me contestó: “gracias, lindísimo” y me dolió verla partir en una Hummer con algún malandro billetudo. Para ellas toda noche es un peligro, pero se aventuran en ella con una sonrisa coqueta.

Sin embargo, cuando la ve, este soldadito pendejo siempre voltea asqueado hacia otro lado. Me hubiera gustado verle la cara cuando se enteró de que era hombre, imagino su corazón rompiéndose. El caso es que no soporta mirarla. No entiendo yo a esos guachitos y menos entiendo a los que piensan que tienen su sex-appeal. Espero también nunca saber si son o no buenos en la cama.

Pero esta la mesera bien sabe lo que causa y prefiere no acercársele. No tanto por miedo, sino porque la verdad no le importa y no va a fingir que le interesa caerle bien a alguien que de por sí siempre termina de malacopa. Neta que dan hueva esos compas.

Esos guachos casi siempre son así y lo peor es que algunos van armados. Van varias veces que toca escuchar que este pendejo de enfrente pasó por aquí y sacó una pistola. Pero en fin, inexplicablemente hay algunas putas a las que les gustan y también bastantes chichifos. Sin embargo los chichifos se aburren rápido de ellos, los miran más bien como una golosina –sí, ya se, eso debe ser algo recíproco-, porque lo máximo que podrían sacar de un soldado es alguna buena dosis de perico, o a lo mucho unos pantalones militares. Pantalones militares, vaya, son tan feos, pero debes de saber que esta prenda conquistada la presumen los chichifos como uno de sus más preciados tesoros. Parecen tener algo así como el aura que también tiene el gorro de un marino o las botas de piel de víbora de algún ranchero adinerado.

Pero bueno, para mí es horrible tener que soportar su mirada, una mirada de quien exige una respuesta. Tienen miradas pesadas, incluso cuando sonríen. Mirarlos de regreso sería como aceptar irte con ellos a su casa. Si los llegas a mirar a los ojos te invitarían una chela, se te acercarían y pondrían la mano sobre tu pierna mientras que su cara se deforma en una sonrisa grotesca. Yo jamás haría tal estupidez, que le vaya bien con la puta.

Y a veces, mientras les meten mano, te siguen mirando. Entonces no podrás evitar reír, y será una risa de gozo. Porque cuando por fin se vayan con la fichera, te acariciarán el brazo cuando pasen a tu lado, como expresándote: “de lo que te perdiste”, y saldrán dando un grito abrazado a una vieja que fingirá disfrutarlo.

La mesera hermosa, entonces, se cagaría de la risa, “¿Qué se cree el pendejo ese?”, diría entre sonoras carcajadas y probablemente hasta te invite una cerveza, y podrías, al fin, platicar con ella. Te digo que también odia a los tipos así.

Foto: Otra cantina de Culiacán, Sinaloa, México.

5 comentarios:

  1. Gruño,la fortaleza que tiene este relato-crónica, para contar, a través de personajes, como la mesera (aquí decimos copera),y los soldados, la historia de las cantinas. Aquí en Colombia, perviven,con todo un trasegar de gentes auténticas, sin maquillajes, con llagas y dolores, que en cada cerveza, pasan una amargura o una traición amorosa. UN abrazo grande. Carlos

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  2. toda una noche real-viceralista

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  3. Anónimo3.7.11

    Chilo, Eber. Se retrata de buena forma esos ambientes sórdidos que siempre han predominado por esos lares. Esos sitios donde queda al descubierto la decadencia, el valemadrismo, la baja y alta cultura. Donde igual te encuentras a gente que no sabe lo que es leer o a otras que te pueden recitar una poesía mientras sostienen la cerveza con una mano. Ahí no hay lugar para las hipocresías, cada quien se muestra como es. Ahí sólo funciona eso, no hay razón para cubrir las apariencias.

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  4. Saludos a todos!, buentrip por leer.

    Carlos!, en las novelas de su vida, Fernando Vallejo tiene historias por demàs interesantes de las cantinas de colombia... son tan similares y a la vez tan diferentes de aquì.

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  5. Escaktikigistmo! poco más y le quitas el trabajo a la rosy robles jaja saludos perro

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gruñir