lunes, 23 de abril de 2012

Hugo Hiriart - El Matamoscas


Les dejo un texto bastante bueno de un libro que me prestaron hace varios años y que aún no he regresado, pero no me reclamen, que la tardanza es mutua.

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EL MATAMOSCAS
 Hugo Hiriart
(Del cuento “Cosas”, en “Disertación sobre las telarañas”)

El matamoscas
A. Aspectos estéticos. Lo imagino así: de plástico amarillo, reposado en la oscuridad, cerca de los vasos de mermelada y de la colgante pierna de jamón. No ha nacido aún el Cezanne del matamoscas, pero ya llegará porque ese artefacto, más que la prolongación del brazo y la mano abierta, es una refinada escultura aerodinámica y flexible, un elegante ready made con cabeza de clavícula fina y cuerpo de fusta. El matamoscas pertenece al orden estético que incluye a la paleta, la sartén y la raqueta, sólo que puede tener colores más vivos y suntuosos que la paleta de caramelo, ser tan útil y vigoroso como la sartén y su trama constituye un encaje más fino que el de la raqueta. Por otra parte, ya se trabaja en la fabricación del matamoscas con sabor de caramelo italiano, dotada de cualidades de traste refractario y con encordado stradivari de tripa de gato que, en cierta medida, reunirá en un solo producto las ventajas de los cuatro útiles. Algunos estetas y decoradores lo recomiendan calurosamente en calidad de objeto de ornato y aconsejan sea dejado por falsa casualidad sobre el negro piano de cola o confundido entre las begonias del florero o, sobre todo, gentilmente dormido en el suelo de la pecera. Los antiguos matamoscas de alambre retorcido y de red son preciadas piezas de coleccionista. No es la hora de hablar de sus usos cada vez más frecuentes en la peluquería y el ballet (el interesado puede consultar la antología El pastel y el matamoscas). Pero al fin de cuentas todo esto se degrada al uso y comercio del matamoscas, nosotros pensemos que ante todo un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas es un matamoscas… 

 B. Aspectos deportivos. Instrucciones: tómese el matamoscas por el mango, adóptese una actitud digna, marcial, elévese la mosca e iníciese la partida. Tiene usted dos saques, no golpee muy violentamente en el primero (en general ha de cuidarse la dulzura del golpe; recuerde que si destroza la mosca tendrá un tanto en su contra). Es siempre preferible recurrir al drop shot (o dejadita) y al globo que al smash iracundo por los riesgos antes señalados de aplastamiento de proyectil (consejo que desoyó el tenista apátrida Molina, conocido como el emperador del smash, que perdió todos los tantos de una partida por desaparición de mosca). Los jueces han de situarse perpendicularmente a la telaraña. No debe olvidarse que la esencia del juego es una cierta gracia o delicadeza y no ha de asestarse jamás el revés como si se tuviera en la mano una escafandra. Es particularmente necesario tener presente esto último en el juego más elegante: el juego con la mosca viva y las raquetas de seda con alma de aluminio. Donde quiera que esté la mosca hay un Wimbledon en potencia, esmerémonos

C. Aspectos morales. En el prólogo al libro La caza del mosco y la mosca del Conde de Yebes, José Ortega y Gasset habla de la ética de la persecución de la “filosófica mosca revoloteante” (no dice nada del ponzoñoso mosco filosófico, del que podrían disertar E. Uranga y E. Villanueva, cuya picadura es narcótica de la razón). Entre los principios idealistas de Ortega figura que la “mosca ha de captarse y someterse en el aire” y que “sólo el positivismo y materialismo más groseros dan su consentimiento que se la aplaste contra el muro, el vidrio, el cuadro de Velázquez o la mano de la amada”. Menos anticuado y más científico que Ortega y el Conde de Yebes fue aquel lituano Lubezki a quien debemos la invención de ciento treinta y ocho matamoscas con formas y astucias diferentes (el más complicado de ellos estaba compuesto de más de tres mil piezas y el más curioso practicaba el exterminio de la mosca por la vía del amedrentamiento sistemático y el susto). Ya en las solitarias e interminables horas del manicomio Lubeski perfeccionó su técnica hasta llegar a refinamientos notables: su depurado procedimiento consistió en acabar con la mosca con un solo movimiento del dedo meñique. Esta exquisita ejecución la logró observando científicamente el despegue de la mosca: el animal se eleva siempre un poco sesgado y tanto el ángulo de despegue como el giro maniático pueden determinarse con gran precisión y preverse de suerte que la bestia se pueda estrellar de cara contra el alzado dedo meñique; será suficiente un insignificante movimiento del dedo para que la mosca ruede doblegada. A mayor pureza venatoria no se puede aspirar con fundamento. La celda de demente de Lubezki es hoy museo y en ella puede verse un matamoscas de plástico amarillo que el inventor conservó, entre sus fotos de familia, hasta el fin de sus días.

 Imagen: Artefacto de Nicanor Parra

3 comentarios:

  1. Jajajajaa, no pude evitar recordar la caricatura de la mosca :$

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  2. Jajajajajajajaaa, a huevo, siempre que podía la miraba :3

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  3. Ese matamoscas,es la metàfora del hitler aplastando en sus especies de progroms, a judios, invertidos, comunistas y putas... matamoscas...peor que un tanque de guerra de esos de cremallera. Un abrazo. Carlos

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